Mes jambes, vers 1970

Pierre Molinier fue lo que llamamos un fronterizo: un hombre que le gustaba hacer equilibrios en la línea entre sus luces y sombras. Precursor del body -art, su obra está hoy más de actualidad que nunca.

Nace en Agén en 1900, y se instala en Burdeos con diecinueve años. Comienza a pintar paisajes y retratos. Su relación con André Bretón, del movimiento surrealista, le permite adentrarse en las vanguardias y configurarse una figura –exagerada- de marginal y extraño.

Fetichista, erotómano y coleccionista de zapatos de mujer, evoca permanentemente sus propios fantasmas. Se trata de un avanzado en el mundo fotográfico. Un travesti que no le importa compartir sus pulsiones más íntimas. Se autorretrata travestido o mostrando sus dobles atributos sexuales, tanto masculino como femenino. La obra de Molinier es interesante por la cantidad de transgresiones y dualidades que abarca.

No sé si es adecuado hablar de transgresión en pleno siglo XXI, aunque, si observamos lo que ocurre día sí día también en redes sociales, donde cualquier cosa es susceptible de indignar a alguien, quizá la transgresión vuelva a estar más presente que nunca. Su cuerpo es a la vez objeto y sujeto, y recuerda la parte narcisista de todo autorretrato. Otra cosa más que nos le relaciona con el mundo actual, de los instragramers y los selfies ad-nauseam.

Profundizó en la idea del retrato feminizado, con él mismo como modelo. Más allá de la idea de la dualidad de todo ser humano, Pierre Molinier se adentra en sus propias sombras, en ese lugar donde el género es sólo un símbolo y se puede fantasear sobre el propio cuerpo.

La imagen que ilustra este artículo pertenece al trabajo que realizó sobre sus extremidades. Data de 1970, y su título es “Mes jambes, vers 1970”. Fue en esos años, década de transformaciones en el arte y en la cuestión de la identidad, los que hicieron su obra más actual que nunca.