Una vez andaba yo perdido (pero perdido de verdad) por las tierras Gaditanas, llena de contrastes como pocas, y llegué a la tazita de plata incrédulo. El espectáculo que se me presentaba delante me parecía asombroso para un tío de secano como yo. allí, todos juntitos, estaban amarrados una gran cantidad de veleros, buques escuela de sus respectivos paises. Os pongo tres fotos de tan asombrosa coincidencia.
Primero el cano, el más bello junto con el de la marina Italiana. mponente... me faltaba angular para meterle todo entero...
Estupefacto me quedé, era como un velero de los de antes, con sus mástiles, sus velas... me dió por pensar en la realeza, que se formó en el militarmente, y en la de veces que habría recorrido el mundo, si pudiera hablar, ¿que nos contaría?
A lo largo de todo el muelle, los barcos formaban una perfecta sintonía. La vista era majestuosa, pero una noria me recordaba que había algo de fiesta también en ese encuentro
El negro era el italiano; no me negareis que también es hermoso. He dicho que era fiesta, pero fiesta en mi ser que no se creía que un día de los de llévame coche hasta donde tu quieras fuera a terminar aquí, en medio de este disfrute para mis ojos y para mi dedo afotador.
Aparte de esto, había una concentración de vehículos clásicos, una charanga de percusionistas zancudos, una competición de BMX, puestos de patatas como las de antaño en la feria de la vega, con esa máquina que rebanaba finamente las patatas previamente lavadas... ver al detalle y
se convirtió en el bendito entretenimiento de la mañana, recorriendo pausadamente todo el muelle. Las barquillas iban de una a otra embarcación con delegaciones de cortesia, aunque desistí de visitar ninguno en especial porque perdería la hermosa mañana que tenía por delante.
Cuando llegué a la noria, volví la vista sobre mis pasos, y me dije a mi mismo, ¡Ahora si que me entras!