Mientras que buscamos largo rato desde dónde, nos acordamos del pintor delante del mágico lienzo blanco, nos cuesta y nos gusta decidir hasta que te encuentras delante y abajo, y tus neuronas determinan la imagen aunque ésta no corresponde con la realidad que observas.
Pero se le podría parecer.
Descartas, limpias mentalmente el cuadro y previsualizas.
Sobra de todo.
Los que determinaron colocar el cable trenzado a la altura que les da la escalera de mano y sobre todo los que se lo permitieron.
Los que decidieron la forma y el lugar de las antenas.
El resultado de una noche de fiesta.
La empecinada y tediosa estandarización del mobiliario urbano.
Los artistas del spray.
Y las señalizaciones y los coches, sobre todo los coches, y entre ellos el nuestro.
Pero se le podría parecer.
Sabemos lo que tenemos y lo que no podemos.
La decisión está tomada y el sol durmiendo.
Seguimos en aburrida espera, el trípode está frío y no hay café.
Hasta que por la esquina, por fin, se despierta la luz, esquiva, suave, nos arrebata cautivadora y elegante, analizamos y componemos.
Llega en un momento la técnica a fastidiar el instante, a recordarnos la falta de respeto que nos tienen los sensores digitales, lo poco sensibles que son al arte y su raquitismo conceptual. De tal modo que, para paliar tal situación, hemos de volvernos ellos y pensar en curvas y en histogramas que de todo hay.
No sin cierto nerviosismo por la fugacidad del instante –que ciertamente no es tal- medimos y permitimos que el irrespetuoso sensor sacie su apetito y nos acompañe por un brevísimo espacio de tiempo.
El instante robado está ya con nosotros envuelto y congelado. Nos acompañan esas irrepetibles nubes y ese magnífico cielo degradado, pero sobre todo el jardinero que regó aquel árbol, los ebanistas, los forjadores que retorcieron el hierro, los estucadores, los carpinteros, los escayolistas y todos los trabajadores que levantaron pacientemente el edificio piedra a piedra, también los artistas que lo diseñaron.
La partitura ya está. Como diría nuestro querido Ansel Adams (San Francisco (1901-1984): falta interpretarla y créanme existen muchas formas. Ahora cada vez más.
Ungido de director de orquesta entras en el laboratorio electrónico y escoges las herramientas que te ayudarán a llevar al papel, en sus dos indefectibles dimensiones, el referente que visualizaron tus neuronas.
Después llega el destino, te gustaría transmitir esto, exponer, pero no exponerte, cosa bien distinta.
En cualquier caso, la experiencia mereció ser vivida, es parcial y nuestra.
La sesión ha terminado.