por el tambor y el bombo
Desde el inicio de la Cuaresma, todo el pueblo vive con una extraña ansiedad la llegada de la Semana Santa. En las escuelas de tambor y bombo, tanto los niños del Colegio, como de las propias Cofradías, aprenden el manejo de los palillos, la familiaridad con la percusión y la conexión con toda la parafernalia de los redobles, Nadie se encuentra extraño porque las vivencias empiezan desde muy niño.
Es un rito y un recuerdo para la memoria la entrega del primer tambor o del primer bombo, de la primera túnica que se viste; del romper la hora, acompañado del abuelo, del padre y de toda la familia. De la primera noche que se sale a tocar. De ser putuntun a los dieciocho años. De costalero y de aguantar hasta el final. Todo ello imprime carácter y afianza más si cabe, el compromiso con la tradición.
Los redobles son un espectáculo estremecedor. cientos de tambores y bombos suenan durante el Viernes y Sábado santo, poniendo una nota trágica en la celebración de Semana Santa.
Calanda queda convertida durante esos días en un atronador apogeo de redobles que evocan ritos antiguos, llegando a su máxima intensidad en la hora que expiró Cristo, cuando según los Evangelios un terremoto hizo temblar Jerusalén.
El color ornamental se limita al morado de las túnicas y del tercerol. Hombres ancianos, adultos, jóvenes y niños, junto a mujeres de todas las edades, interpretan los sones mostrando su pericia en el batir de bombos y tambores.
No hay silencios en Calanda. La semana Santa se vive bajo el eco profundo, palpitante y misterioso de esta atávica percusión. y en medio de este ritmo trepidante desfilan las procesiones, los putuntunes y Longinos, las hebreas y sibilas, los pasos y las Cofradías. Se evocan autos sacramentales y el pueblo, en medio de este trajín ruidoso, conmemora con piedad la muerte del Redentor.
Las calles de Calanda quedan convertidas en un sentimiento que irradia fe, tradición y amor por la tierra.
Los toques llevan en algunos casos el nombre o apodo del que los creó, así el Juanete, el Rabalera, el Valenciano o el tío Ramón. Otros son más curiosos como la bombera, correata, el cuatrero y la sinfonía.
Pero el toque más vibrante y peculiar de Calanda es la marcha palillera, que tanto gusta a los turistas. La palillera es una composición inventada por varios tamborileros sobre los años cuarenta del siglo pasado. En su interpretación se mezcla el redoble, el batir los palillos y el remate
final que surge con el entrada de los bombos que le da todo el ímpetu musical.
Este toque, tiene que interpretarse con lentitud, y como apunta Buñuel, roza el inconsciente colectivo, se acelera en algunas ocasiones, por la emoción de los tamborileros, desvirtuándose y perdiendo todo el ritmo, desembocando en lo que los calandinos llaman la loca, en el que ya no hay métrica ni compás musical.
El relato que refiere el origen de la percusión en Calanda se encuentra en un libro inédito que escribió José Repolles. El autor cuenta la tradición legendaria conocida con el nombre de teoría de los pastores y castilletes. Según él todo sucedió en la primavera de 1127 cuando los pocos cristianos calandinos estaban celebrando los actos de la Semana Santa, ignorando que una razzia árabe se aproximaba a la población. La aguerrida morisma, dueña y señora aún del Maestrazgo, se lanzó en numerosa algarada en dirección a Calanda.
Un pastor que cuidaba del rebaño, en las montañas próximas al pueblo, al ver la galopada, empezó a golpear un rústico pandero avisando así del peligro. Esta señal fue oída por otro pastor que a su vez hizo lo mismo, hasta llegar el mensaje a los vecinos que enseguida buscaron refugio seguro. La frustrada invasión hizo que los árabes regresaran a su lugar de origen sin obtener botín alguno.
Aquí acaba la leyenda que da paso a la historia. Los pastores se reunían todos los años el Viernes Santo para recordar el suceso, golpeando pieles curtidas de corderos y cabras, pero en 1550 fray Pedro Merlo, religioso de la Orden de Calatrava prohibió la celebración por no encontrarla propia de la conmemoración religiosa que tenía lugar esos días.
No se volvió a tocar hasta 1640 al día siguiente del Milagro, el 30 de marzo, cuando toda la población marchó jubilosa en procesión hasta llegar a la ermita del Humilladero donde se encontraba una imagen de la Virgen del Pilar. En esa fecha Calanda estaba ocupada por soldados que intervenían en la Guerra de Sucesión, por lo que no es de extrañar el acompañamiento de la guarnición en este cortejo.
Todo esto fue adquiriendo cada vez más importancia hasta llegar a convertirse la actividad de tocar el tambor en una costumbre.
Durante la primera mitad del siglo XX, otro sacerdote, Mosén Vicente Allanegui, también calandino, organizó las procesiones y dio a la percusión un significado con su proclama: “como simbolizando el duelo impresionante de la naturaleza ante la muerte del Creador, un redoble de tambores rompe en Calanda el silencio del mediodía”.
Texto extraído de
www.semanasantaencalanda.com/
el reportaje es para y por Calanda, pero si tienes tiempo lo puedes ver
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