¡Maldición! me dije para mis adentros... acabo de inventar una caja mágica, pero me falta luz: es una cajita pequeña, cerrada herméticamente, con un pequeño agujero que tapo y destapo a mi antojo. Dentro pongo un papel mágico, y voilá, Hago un retrato de lo que ocurre enfrente del agujero, en un santiamén.
La idea me vino en una de tantas tardes de meditación; intentaba retener la visión de aquel pajarillo torpe que se había metido por la vidriera rota desde la última tormenta en la capilla, para posarse en el gran Misal que se encuentra en el centro de la nave. El deán siempre reclama fondos para repararlo, pero la crisis de estos tiempos no entiende de estamentos ni de religiones, y unos se aprientan el cinturón, y nosotros la pita que sujeta nuestro cilicio.
Recordé meses atrás, que unos caballeros que pasaban camino de Santiago, traían de oriente unos textos especiales, que según decían, los había escrito el sol directamente. Me contaron que fabricaban el papel en un río del lejano oriente, y que cuando lo dejaban secar al sol, se oscurecía uniformemente, razón por la que hacían la pasta base por la noche, y la dejaban secar en lugares oscuros. Como les advertí que el señor de las tierras aledañas del camino, cobraba un portazgo elevado por todo aquello que considerera supérfluo o lujoso, convinieron dejarnos sus libros a recaudo, hasta que lo recogieran de vuelta de ver a nuestro Santo Patrón. La tentación era grande; si la cosa era como intuía, controlando la cantidad de luz que incidiera sobre tan inmaculado papel, podría conseguir dibujar a mi antojo, y dar un órden a aquello que parecía un caos. Total, una hoja más o menos entre las que llevaran no creo que fueran a notarlo, pasaría desapercibido, y quien sabe, de prosperar el invento, se acabarían las tardes aburridas, que no siempre acepto de buen grado el "ora et labora".
Me llevó tiempo conseguir hacer una caja pequeña, lo suficiente amplia como para poder depositar dentro un trozo de papel, pero discreta como para pasar desapercibida debajo de nuestros escuetos ropajes. TEnía delante de mi varios retos:
-Los pergaminos estaban bajo llave en la celda del Prior... esto fue lo más difícil de conseguir, pero no puedo desvelaros como lo hice, pues me arriesgaría a una expulsión de la orden, y, aunque fui segundo, procedo de una familia noble y rica.
-No debería separarme del convento, ni debería tener una actitud sospechosa. Esto lo solucioné pidiéndole al Deán un tiempo privado en la Capilla, con la excusa de expiar mis pecados (que el desconocia pero principalmente eran el robo del pergamino, la ociosidad de la idea, y la mentira que le metía)
-Debía ser lo más disimulado posible.
Cuando llegué a la Capilla, todo eran tinieblas. Mi cuerpo era un manojo de nervios, había llegado hasta el final, pero si quería probar eso con luz, la Capilla no era lo más adecuado. Decidí encender una vela, por lo que tuve que dejar todo ahí, y volver a buscar al hermano furriel para que me dejara un candíl. Casi se me desmorona todo, pues mi cara no podía disimular la emoción de mi alma.
Entré de nuevo a trompicones en la Capilla. Apenas había podido adivinar donde dejé la caja cuando tropecé con ella hiriéndome el dedo meñique del pié derecho, pero no pude gritar pues podría venir alguien y descubrirme... en ese punto ya no podría dar una explicación lógica ni convincente del momento.
Dolorido, procedí a encender el cirio central, cosa que conseguí, y que iluminó de un lúgubre amarillo la estancia. No habían pasado ni diez segundos, cuando empecé a oir murmullos a mi alrededor, y me entró el pánico. Oía voces acusatorias sobre mi cabeza, parecía como si los ídolos del Conde Orlok me rodearan dispuestos a hacer conmigo lo que suelen hacer habitualemente (chupar sangre, si es en lugares sagrados mejor). Caí al suelo de rodillas, levanté los brazos, y me puse a implorar desesperadamente por mi vida. Las voces acusatorias aumentaban por doquier, parecía sentir que me daban golpecitos en la cabeza, "algo" revoloteaba sobre mi cabeza, me volví loco por momentos. De repente, un soplido húmedo apagó en un tris el cirio, y este empezó a echar un humo blanco y espeso... Una figura menuda y desnuda apareció a lo alto, fulgurante. Más como el, vestidos a su alrededor, me acusaban con sus dedos... Extendió el brazo hacia mí, y me dijo...
Por favor, NO FLASH
Desperté a la semana. El prior me echó de la órden, mi familia me ha repudiado por mi locura, pero mi idea no ha sido en valde, pues he conseguido plasmar el momento en mi memoria para siempre, como intenté conseguir con aquella caja cerrada...
Me han llegado noticias de que ahora el prior ha visto la manera de conseguir ingresos y arreglar la iglesia, vendiendo "postales" del convento a los peregrinos. Estoy desenado que alguien me traiga uno de esas "postales" para probarlas, que la repostería monacal es muy afamada.