Cuenta la leyenda que el diablo, exasperado por la bondad de los habitantes del pueblo de Nendaz siempre dispuestos a ayudar a los pobres, envió a sus diablillos a la montaña para provocar un desprendimiento. Los habitantes del pueblo, asustados por el estruendo de la avalancha, imploraron la intervención de San Miguel, patrón del pueblo, y tocaron las campanas de la iglesia. Los demonios, perturbados en su trabajo, huyeron, dejando su obra sin terminar. Por eso este campo de piedra sigue ahí, rodeado de abetos negros, donde en verano el brillo de la luz del sol juega a través de la niebla matinal.A veces se oyen quejas misteriosas, probablemente de algún diablillo lisiado que se ha quedado bajo los escombros y que clama por su eterno dolor.