Ya que te mueves por los terrenos de los caracoles podrías haber esperado a que el monje, clérigo o lo que pueda ser el sujeto, diera un pequeño pasito más y quedara bien enmarcado y centrado en la guirnalda de amapolas. O haberle llamado, eh, tú, y cuando hubiera agachado la cabeza ¡zas!, afotado.